… y abrazando a su mascota reflexionó:
“Cuanto más conozco a la
gente, tanto más amo a mi perro”.
¿Nunca lo pensaste? ¿Nunca lo sentiste? Tantas veces uno
puede reflexionar de ese modo, sobre todo cuando vemos lo complicados que somos
los seres humanos, cuan retorcidos son nuestros pensamientos y actitudes, lo
interesados que pueden ser nuestros actos, damos sólo al que nos da, devolvemos
mal a quien nos hizo mal y si es posible un mal mayor, y tantas, tantas cosas
más.
Entonces aparece la mascota que no pide nada, que nos espera
con alegría cuando nos ausentamos (aunque solo sean un par de horas), que nos
da afecto incondicionalmente sin buscar nada a cambio. ¡Cuánta fidelidad
recibimos de ella!
Bien. Puedo decirte que además de las mascotas hay alguien
mucho más importante que da su amor incondicionalmente, que no pide nada a
cambio, que se compadece de nuestros dolores y problemas porque él también los
padeció ( y vaya si lo hizo!), es siervo obediente y generoso, está siempre a
nuestro lado aunque no lo notemos con los ojos del cuerpo, da paz y sosiego al
alma, concede alegría y un sentido trascendente a las dificultades de esta vida
pues en él comprobamos que hemos sido creados para algo mucho más grande que lo
que hoy vemos.
Y más aún, a través de él y gracias a él, podemos comprender
a ese que nos ofende, perdonar a ese otro que nos lastima, olvidar los juicios
injustos, las injurias; o por lo menos si no los olvidamos, darles el lugar que
corresponde a ese tipo de juicios (son solo juicios humanos, no divinos). Él es
principio y fin, sabe de nosotros mejor que nadie, es el Juez de jueces, fuente
inacabable de misericordia.
Cuando abraces a tu perro fiel, a tu mascota, recordá que él
también la ha creado para nuestro bien.
Victorina.
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