Nace Oliverio en Buenos Aires, un 17 de
agosto de 1891, en el seno de una familia acomodada de ilustres antepasados. Su
infancia transcurre en la capital argentina, aunque muy temprano la grácil
economía familiar encamina los pasos del poeta en ciernes hacia la vieja
Europa, que paradójicamente seguía albergando el nacimiento de lo nuevo. Cursa
estudios en varios colegios en Europa.
Termina sus estudios juveniles de regreso a
Buenos Aires y principia su actividad literaria. Comienza la carrera de Derecho
y acuerda con sus padres no abandonar la carrera si consienten financiarle
visitas periódicas a Europa en período vacacional. De esta manera, se hacen más
frecuentes los viajes a Europa y en ellos entabla relaciones literarias y
amistosas con poetas y artistas del continente europeo, que le introducen en
los diversos círculos de las nuevas corrientes estéticas.
1922: Oliverio
publica en Argenteuil (Francia) la primera edición de Veinte poemas para
ser leídos en el tranvía.
1932: Publica en
Buenos Aires Espantapájaros. El poeta organizó la propaganda del libro en
un coche fúnebre tirado por seis caballos, presidida por una réplica en papel
maché del «académico» que el pintor José Bonomi dibujó para la portada del
libro.
1934: Establece
gran amistad en Buenos Aires con Pablo Neruda y Federico García Lorca, que por
esas fechas dirige en Buenos Aires la obra La dama boba.
1937: Publica el
extraño y oscuro Interlunio.
1943: Contrae
matrimonio con la también poeta Norah Lange, después de una duradera relación.
1946: Aparece una plaquette que
contiene su poema Campo Nuestro, homenaje del poeta a la pampa argentina.
1953: Se publica
una primera versión de En la masmédula compuesta de dieciséis poemas.
1956: Aparece en
la editorial Losada la versión definitiva de En la masmédula, a la que el
poeta añade una decena de poemas nuevos.
923: Se publica en
España el segundo libro de poemas de Girondo, Calcomanías. 1961: Sufre
un grave accidente que le deja mermado físicamente.
1967: Muere en
Buenos Aires el 24 de enero, y es enterrado en el ilustre cementerio porteño de
la Recoleta.
Más allá de su biografía, Oliverio Girondo se nos muestra en este fantástico
poema:
Esperaba
esperaba
y todavía
y siempre
esperando,
esperando
con todas las arterias,
con el sacro,
el cansancio,
la esperanza,
la médula;
distendido,
exaltado,
apurando la espera,
por vocación,
por vicio,
sin desmayo,
ni tregua.
¿Para qué extenuarme en alumbrar recuerdos
que son pura ceniza?
Por muy lejos que mire:
la espera ya es conmigo,
y yo estoy con la espera.
escuchando sus ecos,
asomado al paisaje de sus falsas ventanas,
descendiendo sus huecas escaleras de herrumbre,
ante sus chimeneas,
sus muros desolados,
sus rítmicas goteras,
esperando,
esperando,
entregado a esa espera
interminable,
absurda,
voraz,
desesperada.
Sólo yo.
¡Sí!
Yo sólo
sé hasta dónde he esperado,
qué ráfagas de espera arrasaron mis nervios;
con qué ardor,
y qué fiebre
esperé
esperaba,
cada vez con más ansias
de esperar y de espera.
¡Ah!
el hartazgo y el hambre de seguir esperando,
de no apartar un gesto de esa espera insaciable,
de vivirla en mis venas,
y respirar en ella la realidad,
el sueño,
el olvido,
el recuerdo;
sin importarme nada,
no saber qué esperaba:
¡siempre haberlo ignorado!;
cada vez más resuelto a prolongar la espera,
y a esperar,
y esperar,
y seguir esperando
con tal de no acercarme
a la aridez inerte,
a la desesperanza
de no esperar ya nada;
de no poder, siquiera,
continuar esperando.
esperaba
y todavía
y siempre
esperando,
esperando
con todas las arterias,
con el sacro,
el cansancio,
la esperanza,
la médula;
distendido,
exaltado,
apurando la espera,
por vocación,
por vicio,
sin desmayo,
ni tregua.
¿Para qué extenuarme en alumbrar recuerdos
que son pura ceniza?
Por muy lejos que mire:
la espera ya es conmigo,
y yo estoy con la espera.
escuchando sus ecos,
asomado al paisaje de sus falsas ventanas,
descendiendo sus huecas escaleras de herrumbre,
ante sus chimeneas,
sus muros desolados,
sus rítmicas goteras,
esperando,
esperando,
entregado a esa espera
interminable,
absurda,
voraz,
desesperada.
Sólo yo.
¡Sí!
Yo sólo
sé hasta dónde he esperado,
qué ráfagas de espera arrasaron mis nervios;
con qué ardor,
y qué fiebre
esperé
esperaba,
cada vez con más ansias
de esperar y de espera.
¡Ah!
el hartazgo y el hambre de seguir esperando,
de no apartar un gesto de esa espera insaciable,
de vivirla en mis venas,
y respirar en ella la realidad,
el sueño,
el olvido,
el recuerdo;
sin importarme nada,
no saber qué esperaba:
¡siempre haberlo ignorado!;
cada vez más resuelto a prolongar la espera,
y a esperar,
y esperar,
y seguir esperando
con tal de no acercarme
a la aridez inerte,
a la desesperanza
de no esperar ya nada;
de no poder, siquiera,
continuar esperando.
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