viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo 2014

Un poema y unas palabras del año pasado (perdón si resulta un poco sangriento):

Heridas sin sangre
Por qué será que
si no se ve sangre
no hay dolor,
y sin dolor, no hay sufrimiento.
Sin embargo hay dolores
profundos, intensos,
sin sangre por fuera,
inmaculados, invisibles,
que manan ríos
de sangre por dentro.
Tantas veces duelen más
las heridas del alma
que las del cuerpo.
Pero no se ven,
a simple vista no hay sangre,
¿y sin sangre,
no hay dolor?.
¿Y sin dolor,
no hay sufrimiento?.
¿Quién no lleva heridas?.
De las del cuerpo,
muchos llevan.
De las del alma,
todos.
¿Cuál es el médico
que las sutura?.
¿Con qué ungüento
se cicatrizan?

Heridas sin sangre
marcas del dolor
testimonio velado
del sufrimiento.

Victorina Rivera Rúa
Viernes Santo  29/03/2013

  Habiendo participado del Vía Crucis en este viernes santo donde cada estación fue representada por imágenes de una película sobre la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, la presencia de tanta sangre (por supuesto de utilería) me llevó a redactar este poema y esta reflexión.

  ¿Es que acaso Cristo padeció solo dolores físicos representados por su cuerpo lacerado y cubierto de sangre? Por supuesto el dolor debe haber sido terrible, las pruebas médicas sobre el sudario (mortaja con la que fue cubierto su cuerpo, también llamada Sábana Santa) lo atestiguan. Pero, ¿cuánto más dolor puede haberle causado el haber sido abandonado por los suyos en momentos tan duros desde que lo atraparon, su enjuiciamiento, su condena? Aquellos con quienes había compartido comidas, prédicas, embarques, milagros, su vida; lo abandonaron, lo negaron, se avergonzaron. Y qué decir de toda esa multitud testigo de sus palabras, de sus obras, de su amor; ellos también lo dejaron. Esos que unos pocos días antes lo habían recibido con palmas y ramos de olivo, en su entrada triunfal de Jerusalén. Más aún, ¿qué habrá sentido íntimamente al ver que todo su proyecto de prédicas y obras para llegar a los hombres y salvarlos, se había truncado, de algún modo había fracasado?

  Cristo soportó estoicamente los látigos, los insultos, se mantuvo sereno cuando su cuerpo se derrumbaba ante el castigo. También padeció con valentía el dolor del abandono, el rechazo, la negación. Hasta exclamar en sus últimos momentos “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. ¿Se apoderó de Él la desolación y el desconsuelo hasta creer que el mismo Padre también podía dejarlo? Pero inmediatamente prosigue “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús herido con heridas visibles, llenas de sangre, Jesús herido con heridas ocultas que tocaron lo más hondo de su corazón (“Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”) se lanza a los brazos del Padre.

  Grande es la gloria a tanto sufrimiento, Cristo vence a la muerte, se reviste de vida eterna y resplandece de luz. Consuelo para el llagado, esperanza para el sufrir silente.


Victorina Rivera Rúa


Foto: JAR

No hay comentarios.:

Publicar un comentario