Un
poema y unas palabras del año pasado (perdón si resulta un poco sangriento):
Heridas sin sangre
Por
qué será que
si
no se ve sangre
no
hay dolor,
y
sin dolor, no hay sufrimiento.
Sin
embargo hay dolores
profundos,
intensos,
sin
sangre por fuera,
inmaculados,
invisibles,
que
manan ríos
de
sangre por dentro.
Tantas
veces duelen más
las
heridas del alma
que
las del cuerpo.
Pero
no se ven,
a
simple vista no hay sangre,
¿y
sin sangre,
no
hay dolor?.
¿Y
sin dolor,
no
hay sufrimiento?.
¿Quién
no lleva heridas?.
De
las del cuerpo,
muchos
llevan.
De
las del alma,
todos.
¿Cuál
es el médico
que
las sutura?.
¿Con
qué ungüento
se
cicatrizan?
Heridas
sin sangre
marcas
del dolor
testimonio
velado
del
sufrimiento.
Victorina Rivera Rúa
Viernes Santo 29/03/2013
Habiendo participado del Vía Crucis en este
viernes santo donde cada estación fue representada por imágenes de una película
sobre la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, la presencia de tanta sangre (por
supuesto de utilería) me llevó a redactar este poema y esta reflexión.
¿Es que acaso Cristo padeció solo dolores
físicos representados por su cuerpo lacerado y cubierto de sangre? Por supuesto
el dolor debe haber sido terrible, las pruebas médicas sobre el sudario
(mortaja con la que fue cubierto su cuerpo, también llamada Sábana Santa) lo
atestiguan. Pero, ¿cuánto más dolor puede haberle causado el haber sido
abandonado por los suyos en momentos tan duros desde que lo atraparon, su
enjuiciamiento, su condena? Aquellos con quienes había compartido comidas,
prédicas, embarques, milagros, su vida; lo abandonaron, lo negaron, se
avergonzaron. Y qué decir de toda esa multitud testigo de sus palabras, de sus
obras, de su amor; ellos también lo dejaron. Esos que unos pocos días antes lo
habían recibido con palmas y ramos de olivo, en su entrada triunfal de
Jerusalén. Más aún, ¿qué habrá sentido íntimamente al ver que todo su proyecto
de prédicas y obras para llegar a los hombres y salvarlos, se había truncado,
de algún modo había fracasado?
Cristo soportó estoicamente los látigos, los
insultos, se mantuvo sereno cuando su cuerpo se derrumbaba ante el castigo.
También padeció con valentía el dolor del abandono, el rechazo, la negación.
Hasta exclamar en sus últimos momentos “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”. ¿Se apoderó de Él la desolación y el desconsuelo hasta creer que
el mismo Padre también podía dejarlo? Pero inmediatamente prosigue “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús herido con heridas visibles, llenas de
sangre, Jesús herido con heridas ocultas que tocaron lo más hondo de su corazón
(“Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”) se lanza a los brazos del
Padre.
Grande es la gloria a tanto sufrimiento,
Cristo vence a la muerte, se reviste de vida eterna y resplandece de luz.
Consuelo para el llagado, esperanza para el sufrir silente.
Victorina Rivera Rúa
Foto: JAR
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