Otro hermoso y extenso poema para compartir
de A. de Lamartine:
El valle
Hasta de la esperanza ahora se siente
hastiado
mi corazón, no quiere pedir nada al
destino;
oh, tú, préstame sólo, valle de mi
niñez,
el asilo de un día para esperar la
muerte.
Ésta es la senda estrecha de mi valle
sombrío:
llenan ambas laderas unos bosques
espesos
que cruzando sus sombras curvas sobre mi
frente
por entero me cubren de silencio y de
paz.
Dos arroyos ocultos bajo puentes
verdosos
serpenteando dibujan los contornos del
valle;
un instante confunden su murmullo y
sus aguas,
y no lejos de aquí ya se pierden sin
nombre.
Se han perdido también de mi vida las
aguas,
que se fueron sin ruido, sin retorno y
sin nombre;
mas la fuente es muy límpida, y mi
alma enturbiada
no ha podido espejear luz de días
hermosos.
El frescor de sus cauces y su manto de
sombra
me encadenan por siempre cerca de
estos arroyos:
como un niño mecido por un canto
monótono
se adormece mi espíritu al murmullo
del agua.
Allí estoy entre muros de verdor, con
un corto
horizonte ante mí que ya basta a mis
ojos,
sin moverme y tan solo con la naturaleza,
sin oír más que el agua, sólo viendo
los cielos.
Demasiado en mi vida he sentido y
amado;
aunque vivo, ahora busco del Leteo la
calma.
¡Oh lugares tan bellos, dad también el
olvido!
Desde ahora el olvido ya es mi única
dicha.
Corazón aquietado como el alma en
silencio;
oigo apenas el ruido muy lejano del
mundo
como un eco remoto que se ahogó en la
distancia
y que traen los vientos al oído
inseguro.
La existencia la veo como en medio de
brumas
deshacerse en la sombra del pasado
perdido.
Sólo queda el amor, como queda una
imagen
que perdura en el alba cuando un sueño
se borra.
Alma mía, reposa en este último asilo
como lo hace un viajero que camina con
fe,
que se sienta a las puertas de la
nueva ciudad
y respira un instante el perfume del
véspero.
Sacudamos como él de los pies todo el
polvo;
nunca más volveremos a andar este
camino;
respiremos como él al final de la
senda
esta calma que anuncia una paz que no
acaba.
Tan oscuros y breves como días de
otoño
son tus días que menguan como sombras
del monte.
La amistad te traiciona, la piedad te
abandona,
solitaria desciendes donde están los
sepulcros.
Mas aquí está invitándote la natura
que te ama;
piérdete en sus entrañas que ella
siempre te ofrece:
aunque todo es mudanza, la natura es
la misma,
como el sol es el mismo que da luz a
tus días.
Ella sigue envolviéndote con sus luces
y sombras,
sé insensible a los falsos bienes que
ya has perdido,
ven y adora aquí el eco que adoraba
Pitágoras,
presta oído con él al celeste
concierto.
Con la luz sé tú el cielo, sé la
sombra en la tierra;
en los llanos del aire sé aquilón
volador;
con los pálidos rayos misteriosos de
luna
sé cual alma del bosque en la sombra
del valle.
Dios nos dio inteligencia para así
concebirlo:
la natura descubre en sí misma a su
autor.
Una voz en silencio al espíritu ha
hablado:
¿Quién no ha oído esta voz resonar en
su pecho?
Alphonse de Lamartine
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